Escuelas cerradas sin embargo no son vacaciones. Un virus que se propaga a la velocidad de nuestros tiempos: rápido, rápido está condicionando nuestras cotidianidades, las relaciones. Hemos tenido que frenar en seco. El consumo también, y consumirlo requiere tiempo. Ahora todos en casa y con un bien tan preciado como el tiempo, quizá haya llegado el momento en que practiquemos la convivencia, que es la educación de proximidad. Una buena ocasión para cultivar la espera, la conversación, el respeto a uno mismo. Todos buscamos actividades para hacer con los niños en casa y, si nos sentamos y leemos parches? ¿Cocinamos juntos? ¿Hablamos?

Estamos preocupados por si se pierde este curso. No hace falta que hagamos de maestros en casa, hagamos de madres y padres y practiquemos valores como perder el tiempo juntos, mirando por la ventana y observando cómo se ha vaciado el pueblo, la ciudad, el porqué ha pasado. Escuchamos sus propuestas, sus chistes mientras vamos cocinando ese tipo de felicidad de las cosas pequeñas, tal vez insignificantes; esas que no tienen precio de mercado y no se venden en las tiendas.  

Me viene a la memoria una frase de Zygmunt Bauman: La incertidumbre es el hábitat natural de la vida humana. En ese momento la tenemos delante y una buena lección de vida de los progenitores es que aprendan a gestionarla, y aquí estamos nosotros para guiarles.